Un viaje de autoconocimiento, trauma y uno que otro cocodrilo.
Una breve introducción al boletín, un icebreaker y una explicación de cómo llegué aquí.
Tenía 18 años cuando un día tuve que hacer maletas y olvidar la única vida que conocía.
Mi entusiasmo era grande. Mirando hacia atrás, me doy cuenta de que esperaba de este viaje un resultado muy diferente. Decir que me ha tocado difícil sería exagerar, pero decir que ha sido fácil sería mentir, así que les voy a contar cómo me he convertido en alguien completamente diferente en unos cuatro años.
Cuando llegué a Florida era una adolescente. A los 18 años todavía tenía muy leves vestigios de una estructura facial infantil, y mi cuerpo aún no llegaba a desarrollarse al 100%. Llegué aquí con una maleta que pertenecía a mi abuela, una monstruosidad color mostaza de la marca de Samsonite que debieron haber usado por última vez por allá por los años ochenta. Me acuerdo que pensaba que todo el mundo me miraría raro por andar arrastrando semejante atrocidad; lección número uno de los Estados Unidos de América: a nadie le importa.
Una realización que me ha ayudado tremendamente es lograr sentir paz con respecto al hecho de que soy tremendamente insignificante (de la mejor manera posible) a la vez que soy el personaje principal de mi historia. Es la dualidad y la flexibilidad del viaje lo que lo mantiene disfrutable e interesante.
Y así como me encontré por primera vez en un aeropuerto que parecía demasiado grande para ser verdad, con verdaderos gringos hablando verdadero inglés, dándome cuenta por primera vez de mi prácticamente inexistente importancia en el mundo, me topé con mi papá.
A lo largo de mis publicaciones en este boletín me leerán mencionando a mi papá muchas veces. Vivo con él y es básicamente la persona más importante de mi vida, así que con razón me encuentro volviendo a pasar por aquel momento en que lo vi por primera vez en meses después de su partida. Ahí comprendí la lección número dos: mantenerse unidos como familia es vital para la supervivencia.
La “familia” es un concepto ligeramente extraño para mí. Como muchos, quizá mi familia no encaja con la descripción convencional, pero me he dado cuenta de que el término, aunque normalmente asociado con un elementos bastante específicos, puede doblarse, expandirse e incluso encogerse, a voluntad de uno.
Así pueden evolucionar casi todos los aspectos de nuestras vidas, incluyendo nuestras pasiones.
Cuando llegué a los EE.UU tenía múltiples historias publicadas que actualizaba por lo menos una vez cada dos semanas. Cada una de ellas, por mejor o peor que fuera, era un espacio donde yo dejaba que se regara mi pasión por todos lados, mi extraordinario amor por las letras que había comenzado a desarrollar a los 11 años, ¡y que me había llevado a salir en el bendito periódico por aquella época!
Pero siempre he sido malísima manejando mi tiempo. A los 22 años considero que ser constante es la subida más inclinada del mundo. Ojo, que aquí en este país está literalmente la calle más empinada del mundo: la avenida Canton en Pittsburgh, Pensilvania, con un 37% de inclinación es casi tan difícil de manejar como el patético orden de mis prioridades, but not quite.
Entre una depresión galopante, una pésima organización y el peso de la realización de que (de alguna manera) me tocaba ser adulta por el resto de mi vida sin poder rehusarme a la prueba gratis de un mes, terminé dejando de lado la escritura.
Me llegué a sentar por horas frente a un documento como este sin lograr componer una oración congruente, una trama interesante o simplemente un párrafo de más de cincuenta palabras… hasta ahora.
Mi vida ha cambiado del cielo a la tierra. En este tiempo he tenido dos relaciones (fallidas, of course), lo que se siente como cuatrocientos trabajos, altos y bajos sumamente pronunciados y hoy, por fin, un período casi increíble de estabilidad, donde las palabras están volviendo a surgir y la inspiración está volviendo a llegar, aunque de lugares muy diferentes.
Este boletín va a ser sumamente variado, pero se va a centrar en mi verdadero amor, ese que tuve que dejar por un tiempo pero que siempre me acompañó: la escritura. Tengo muchísimo que decir, y si me conoces sabes que si hay algo que me sobra es, por mucho, temas de conversación.
Desde aliens hasta historia, desde poesía hasta astrología, este boletín lo traigo con la intención de acompañarlos junto al café de la mañana, en las buenas y en las malas, en un viaje de autoconocimiento, traumas y uno que otro cocodrilo.
Nos vemos pronto,
Laura.
Ajaaaaa....escribiendito de e nuevooooo ......nice
Love it😍